Un siglo lleno de amor, trabajo, paz y diversión
Gloria María Montesdeoca Sánchez nació el 1 de febrero de 1916 y cumplió un siglo.
Lo que más le agradecen sus familiares es el cariño y el cuidado que ha tenido con ellos y, sobre todo, la sonrisa con la que los recibe en todas sus visitas.
Las funciones más importantes de su vida y con las que disfruta a plenitud es haber sido hija, esposa, madre y abuela. En todas estas etapas demostró su carácter amoroso y los deseos de enseñar que se puede vivir en un mundo mejor dando ejemplo de amor y solidaridad.
Un ambiente acogedor con paredes cubiertas de papel decorativo, muebles antiguos bien mantenidos, adornos en tejidos, cuadros familiares, fotografías a blanco y negro, artículos decorativos y un aroma a pasado envuelven el ambiente en el que vive una señora que a paso firme pasea por su hogar.
La parte que más memoriza de su vida son los juegos de la niñez y cómo se divertía junto a sus amigas de la parroquia de San Antonio: Lo que más recuerdo es cuando estaba en la escuela y estudiaba y me divertía mucho.
Junto a sus amigas se organizaba para jugar en las horas de recreo, pero siempre le gustó la costura y este tiempo era sagrado. Tapetes, bufandas, artículos para el hogar y prendas de vestir elaboraba desde niña. Con el tiempo aprendió a cocer a máquina y con las cosas que elaboró decoró su hogar, al ingresar a su domicilio se observa sus trabajos.
A quienes recuerda con mucho cariño es a sus seis hermanos, Georgina, Ofelia, Eloísa, Gonzalo, Miguel y Cesar con los que compartió su niñez y parte de su adolescencia. Sus padres fueron ejemplo y guía fundamental para que su vida esté colmada de valores y virtudes.
Al inicio de su adolescencia le gustaba mucho el baile y disfrutar junto a sus hermanas y amigas, una de las mejores Enma Montesdeoca. Sus padres, Antonio Montesdeoca y Adela Sánchez, le corregían severamente cuando no llegaba a la hora adecuada, aunque no fueron muchas las ocasiones en las que le llamaron la atención.
En una de estas salidas conoció a Rafael Antonio Mejía, quiteño de buen porte y con gran facilidad de palabra, apuesto, serio y caballeroso, quien le manifestó que le gustaría vivir junto a ella durante toda su vida. Me molestaba cada que me encontraba en la calle y me decía que le quiera solo a él.
Cada vez que Antonio Mejía iba a San Antonio le manifestaba su amor de diferentes formas y aunque no recuerda cuáles eran las canciones que le dedicó, lleva muy presente las serenatas que le llevaba a su casa para pedirle que sea su compañera.
Después de la insistencia de su pretendiente, Gloria María Montesdeoca aceptó la proposición de matrimonio y se casaron. Ella tenía 14 años cuando contrajo nupcias, han pasado tantos años que no recuerda en que Iglesia fue.
Lo que más recuerda de su esposo es el trato elegante y amoroso que le brindaba a diario, Mi marido fue muy cariñoso.
Con él tuvo ocho hijos, Elvia, Marco, Edgar, Luis Alfredo, Cecilia, Eugenia y Susana son los siete hijos vivos, ya que su primera hija murió, este fue uno de los momentos más dolorosos que atravesó con su pareja.
Junto a su cónyuge construyeron su hogar en el centro del Valle del Amanecer, ubicado en la García Moreno y Roca, donde son conocidos como una familia honorable, distinguida, solidaria y de paz.
Por cada uno de sus hijos guarda un cariño único y especial y junto a su esposo se preocuparon de que estudien y sean personas llenas de valores y virtudes, características de las que está orgullosa de sus sucesores. De su hijo Luis Alfredo dijo que es el más cariñoso, que siempre está pendiente de ella y la visita a menudo.
Lo que más busca y está pendiente siempre es de la unidad de la familia, por esto desde pequeños sus hijos se protegían, desde el más grande al más pequeño, y el respeto fue la base con la que se formaron.
Cuando su esposo murió en el mes de noviembre de 1985, sufrió mucho por la falta que le hizo el apoyo, el aprendizaje, la convivencia y amor que compartieron, pero por el cariño de sus hijos sobrepasó un tiempo de mucho sufrimiento.
Todos los hijos la visitan constantemente en su casa en Otavalo y cuando alguien no llega comienza a preguntar ¿Qué pasaría?, ¿Dónde estará?, ¿Por qué no vendrá?.
Todas las mañanas se levanta para agradecer a Dios por las cosas que le regala a diario y a pedir por el bienestar de su familia, hijos, nietos y bisnietos, que admiran las virtudes, que prevalecen en una mujer que cumplió un siglo de vida.