La actitud de los buenos líderes es provocar cambios enmarcados en la democracia y la libertad, pero sostenidos por la paz social y la justicia. Lo que el mundo miró en Washington es algo incomprensible, hasta cierto punto. La masa defendiendo lo indefendible porque quien era el llamado a respetar la voluntad del pueblo, siempre puso en duda el triunfo del opositor y arengaba con sus discursos a calentar el escenario para llegar al punto culminante de tomarse el Capitolio, obra inmensa, no solo por su estructura, sino por lo que representa como “ejemplo” de democracia. Querer apagar el fuego, como lo hizo Trump, cuando ya corrió sangre y se caldearon los ánimos, es una irresponsabilidad.