La corrupción causa mella en la sociedad ecuatoriana. Hay heridas profundas que tardan en sanarse y otras que no sanarán nunca. Ante los ojos de los ecuatorianos han pasado escenas que no se olvidarán y que demuestran, no solo fallas interesadas, sino triangulaciones nefastas que van dejando terribles precedentes. Por ello, la justicia en este país está obligada a no fallar, a no dejar espacio de su presunta negligencia y a no sumar, con sus acciones equivocadas más desprestigio, incredulidad y miedos. Es necesario que quienes tienen esa difícil misión de sancionar apegados a Derecho, lo hagan sin cálculos y sin temores, porque la impunidad no puede ganar a la voluntad de querer tener justicia.