La prohibición desde los escritorios no sirvió. Como nunca en años anteriores, el uso de los fuegos pirotécnicos fue estruendoso y preocupante. No hubo el compromiso de la gente, amiga de estos pequeños pero ruidosos artefactos con los enfermos, con las personas de la tercera edad, con las niñas y niños, peor con los animales. Aparentemente el uso de la pirotecnia estaba prohibido al igual que la quema de los años viejos. Sin embargo, antes de la media noche del 31 de diciembre las ciudades se inundaron de humareda y los monigotes fueron quemados en terrazas o en sitios particulares, pero igual el ambiente se contaminó. Los efectos fueron muchos, entre ellos la falta de solidaridad.