Los apodos en ‘el Valle’ son parte de la identidad cultural
En la zona del valle Juncal, Chota y Carpuela sus habitantes son más conocidos por los sobrenombres, que por los mismos nombres y apellidos.
Lo curioso es que estos predominan más entre los hombres que en las mujeres. Sus apodos o sobrenombres son parte de la identidad del pueblo afroecuatoriano. Estos nacen a partir de alguna condición física, estado de ánimo o de alguna anécdota.
Tatiana Lara, activista afroecuatoriana, quien vive en la comunidad de El Chota, reconoce que la articulada. “Los apodos o prefijos que se utiliza vienen ya de años o desde nuestros ante pasados, es parte de nuestra cultura”.
Poroto, Malayo, Coquimba, Cuche, Chiva, Manpora, Cushpe, Olimpo y Opayo, son entre otros los ‘motes’ de algunos vecinos, que son más conocidos que por sus propios nombres y apellidos.
Lara asegura que es muy común que cuando alguien pregunta por el nombre de un vecino, la mayoría responde que no le conocen. Pero la cosa cambia cuando apenas se menciona el sobrenombre.
En El Juncal, fortín de futbolistas los apodos priman entre sus habitantes. ‘La Sombra’, ‘Kinito’, el ‘Conejo’ y el ‘Tío’, es como se conocen a Geovanny Espinoza, Édison Méndez, Walter Calderón y Omar de Jesús.
Gringo, Cutin, Dinamita, Pelin, Frito, es como le conocen a Raúl Guerrón, Joffre Guerrón, Jairo Campos y Anderson Julio. Un capitulo similar lo vive Walter Calderón, exdelantero del Deportivo Quito, Cuenca y Nacional, apodado ‘Mamita”, así porque su mamá le dejaba una olla de avena para él solito cuando era niño.
“Los apodos se los ponen a niños, jóvenes y adultos. A profesionales, campesinos y artesanos. Es decir, a todos. Es una costumbre arraigada entre los afros”, comenta Alberto Maldonado, conocedor de la cultura afroecuatoriana.
Para él, esta tradición proviene de hace varias décadas. Incluso, asegura que, en tiempos pasados, los padres para poner los nombres a los hijos lo hacían en base al parecido físico con un familiar o porque el nacimiento coincidía con algún hecho especial.
Ivania García Viamonte, catedrática universitaria y Jefa del Departamento de Humanidades de la Universidad Simón Bolívar de Yaguajay, Cuba, el sobrenombre tiene historia por varias generaciones y se considera un componente de la expresión oral vigente dentro de las poblaciones afrodescendientes.
“La oralidad fue y es un elemento reinante y característico de los asentamientos rurales. Es un elemento que aunque no lo estudia la sociología, como elemento lingüístico sí es de vital importancia para el conocimiento de los estratos sociales y la culturalización”, corrobora.
Los sobrenombres ya son parte de la expresión oral, como lo son también: las canciones de trabajo, los poemas épicos, los refranes populares, amorfinos entre otros. Este legado se mantiene intacto y pasa de generación en generación.