Las voladoras
El cantón Mira, conocido como Balcón de los Andes, por su mirador desde el cual se observa el Valle del Chota y gran parte de Imbabura; como todo pueblo ecuatoriano que halla en su diversidad la mayor riqueza, guarda costumbres y tradiciones, como la leyenda de Las Voladoras, transmitida oralmente a través de varias generaciones.
Las Voladoras, hechiceras, magas o brujas, es la leyenda que aún en la actualidad acompaña a los mireños; los abuelos a la luz de las velas o las lámparas de kerosene, sentaban a sus nietos en el regazo, espacios cálidos donde surgían los hechos más asombros sobre estos extraordinarios seres.
Particularmente mi madre recuerda la de su abuela Raquel que más o menos se resume así: Las brujas de Mira, eran dueñas de hermosos rostros y largas cabelleras, guardaban en secreto sus fórmulas para volar, vestidas de blanco y enaguas almidonadas, subían al techo de las chozas de paja, colocándose previamente pomadas en las axilas y exclamando: De villa en villa, sin Dios ni Santa María emprendían el vuelo en noches de luna o penumbra.
Mientras la abuela daba vuelta a las tortillas de tiesto en la tulpa, avivando la leña para hervir el café de chuspa, comentaba que éstas se caracterizaban por llevar y traer noticias desde cualquier parte del mundo, existía un correo de brujas entre Mira, Urcuqui y Pimampiro. Francisco Ulloa, en su libro Historia y Geografía del Cantón Mira, indica que en 1836, la derrota del coronel Facundo Maldonado por las milicias de Tulcán, Otavalo e Ibarra del gobierno de Rocafuerte, ya se conocía en Mira, inclusive de los paisanos caídos en combate.
Otro relato, es de las brujas que convertían a los hombres en gallos o en manos de plátanos; o de las formas de hacer caer a las hechiceras, poniéndose en el suelo y abriendo los brazos en cruz, colocando el sombrero boca arriba o las tijeras en cruz.
Estas leyendas que son manifestaciones narrativas vivas, relatadas al compás de los tiempos, permiten determinar la capacidad humana de crear y soñar del orador al narrar y del oyente al imaginar incontables hazañas, por lo tanto, no se sorprende si sale volando por allí alguna brujita mireña, o por sus mágicos encantos tiene al enamorado infiel amarrado a la pata de la cama convertido en gallo.
Zulema Obando H.