Balada de amor a Otavalo
En la década de los 70s tuve un inolvidable acercamiento con Gustavo Alfredo Jácome cuando, en días en que no había clases en la Universidad, le visitaba en su casa de la Jorge Juan para hablar exclusivamente de dos temas: Literatura y Otavalo.
No obstante no estar viviendo en su ciudad natal, Gustavo Alfredo Jácome jamás salió de ella; vivía pendiente de sus vecinos y sus vecindades, de sus duendes y sus chifichas, de la mediocridad de la política local y de sus protagonistas, de todo cuanto ocurría en sus calles y en sus plazas, amenos conversatorios que nos reubicaban identitariamente en un Otavalo que comenzaba a erosionar su identidad, nostalgia que tejió una amistad espiritual no obstante nuestras diferencias distantes y distintas. Luego vino un largo distanciamiento como resultado de mis múltiples mudanzas laborales; pero cuando volví a mi Tierra Juana del alma, Gustavo Alfredo Jácome vino varias veces a Otavalo a recabar información para la novela que en aquel entonces andaba escribiendo Por qué se fueron las Garzas. Me pasaba viendo por la casa y de ahí caminábamos al Parque Bolívar hasta encontrar una banca donde nos sentábamos a deshilachar historias relacionadas con el naciente protagonismo indígena en nuestra pacha mama. Después iba a buscar al profesor Néstor Jaramillo, supongo que para hablar de las mismas otavaleñidades. Gracias a esta cercanía de la que me siento superlativamente honrado, tuve la suerte de ser el primer otavaleño (o ecuatoriano), que leyó la novela cuando ésta aún no salía de la imprenta, un amigo de la Gallo Capitán me la pasó clandestinamente en cuadernillos sin pasta y mi hermano me dio encuadernando en la imprenta de Don Antonio Guzmán, donde él trabajaba. Cuando le mostré al Maestro esa singular edición, guiñándome el ojo me puso una también singular dedicatoria Por esas conversaciones que solo los dos sabemos. De ese modo mi vida quedó impregnada del genio y figura del gran maestro al que Otavalo le debe el más bello poema que poeta alguno podrá escribir y yo una amistad que espero honrar con mis modestos aportes literarios. Loor al Maestro.
Juan F Ruales
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