Agria fanesca
Uno de los platos emblemáticos de nuestra rica pluriculturalidad es la fanesca, en ella se mezclan lo que nunca se mezclaría en otras circunstancias: bacalao con fréjol, zapallo con maní, choclo con vino.
Hay innumerables versiones de la fanesca y cada uno nos identificamos con la de su familia: no hay mejor fanesca que la que hace mi mamá.
Esta verdad tiene que ver con nuestro sentido de pertinencia con el mestizaje cultural y el sincretismo étnico del que nos sentimos orgullosos.
De todas maneras, la fanesca es una golosina de la cocina nacional.
Mientras añoramos esta fanesca, otra bastante aceda se cocina en la paila política de la oposición, a nombre del anticorreismo.
Se han mezclado especímenes de diversa génesis política pero de la misma calaña ideológica: derechistas pluri-cromáticos que van desde el amarillo dorado del socialcristianismo reencauchado en Madera de Guerrero a ese folklórico chichirimico de ponchos dorados, dirigentes sindicales ya sin mamadera y foragiles seudo-izquierdistas que creen que confunden revolución con antigobiernismo y un sinfín de ambiguos politicastros que me recuerdan a esos habilidosos camaleones que cambian de colores según la ocasión.
Romeriantes de la política que desayunan con dios y meriendan con el demonio, si es que eso calza a sus intereses personales.
Esta fanesca le hace un flaco favor al proyecto neocolonialista del imperialismo norteamericano que, mientras le serruchan el piso a esta América Latina insurgente, a través de estas fanescas antipatrióticas, siguen aumentando soldados en sus bases militares en Perú y Colombia para impedir a toda costa que América Latina alcance su definitiva independencia.